Antes que nada una confesión: la holgazanería se apoderó de mi deseo ferviente por postear y llevo dos semanas "de adaptación", sin producir demasiado.
Ahora sigo. Si bien es cierto que conocí al Tortoni hace pocos años y que en esa época ya era famosillo, existen ciertas cosas que no me gustan y entre ellas destaco su intento por "gustarle" a los extranjeros.
Desde hace un tiempo, se viene acomodando (demasiado para mi gusto) a lo que los turistas "quieren".
Ojo, lo mismo pasa con otros lugares igual de emblématicos. Entiendo los mandamientos del marketing y alguna vez llegué a promover alguno, pero cuando se trata de tradiciones, creo que hay que ser más cuidadoso.
Igual, hoy llegué a una conclusión mientras caminaba por el centro. Starbucks puede haber llegado para salvar al Tortoni. No, en serio. Creo que Starbucks puede llegar a calmar esa "necesidad" que tenemos todos cuando nos ponemos el disfraz de turistas e intentamos conservar algo nuestro, algunas de nuestras costumbres más arraigadas, sin importarnos dónde estamos ni qué nos rodea.
Por qué digo esto? Qué tiene que ver una cosa con la otra? No hace mucho presencié como un señor en el Tortoni, sin poder dejar a su querida Texas atrás, pedía una hamburguesa y una gaseosa. No, no era en Burger King, era en el Tortoni! Ese señor quizo mezclar sus ganas de sentarse en la mesa de Borges, con sus ganas de sentirme como en casa y la verdad, no da.
Por eso pienso que viene bien el desembarco de Starbucks. Así todos aquellos que quieren sus cafecitos tamaño balde lo pueden tener y los que amamos los pocillos de 30cm3, podemos seguir disfrutando de los cafetines, sin tener que aguantarnos el perfume de la hamburguesa del tejano.
Ojalá que los dueños de los cafetines entiendan que tienen más futuro haciendo lo que los hizo diferenciarse del resto que copiando lo que hace el de la esquina, que por coreano o chino, no entiende que la ciudad huele a una mezcla de perfume de tango, bife de chorizo y caca y no a aceite, bebidas con burbujitas y vasitos de cartón.