Que no
había como viajar en un MD de Austral, no lo discuto. Servicio de primera,
puntualidad, comodidad, en fin, innumerables aspectos positivos. Alguno podrá
decir “hoy se viaja mejor”. Puede ser, aunque si comparamos lo mejor que se
puede viajar hoy vs. lo mejor que se podía viajar en aquel momento, pareciera
ser que esta versión estatizada de Austral deja mucho que desear.
Igual,
cada tanto, la aerolínea hermana de la de bandera – la que se hace llamar AA,
cuando en el mundo, AA es una sola y habla inglés – nos regala un chiche, un
dulce, una caricia. Esta vez se trata de una ruta que Rono, particularmente
reconocido por su capacidad para recordar información infinitamente inútil, no
recuerda. Desde este mes, tenemos vuelos que unen Neuquén y Mendoza.
Sí, es
cierto que ha habido vuelos Neuquén-Mendoza toda la vida. Lo que Rono no
recuerda es si alguna vez Austral hizo esa ruta. Pareciera ser que no.
Y no es
para pasar por alto. Como diciendo “Bueeee, otra ruta! No es para tanto!”.
Crean queridos, es para tanto. En un país donde se vuela internamente menos que
en España e Italia, dos países que caben dentro de la provincia de Buenos
Aires, tener rutas nuevas es todo un suceso. Algún detractor de Rono dirá “España
e Italia son de primer mundo”, a lo que Rono responde que sí, que entiende las
diferencias de infraestructura, pero que al mismo tiempo recuerda que en ambos
países la infraestructura ferroviaria es de primer nivel y los vuelos de
cabotaje no son una opción tan popular. En Argentina, por el contrario, son la
única. Excepto para aquellos que aman poco sus vidas y deciden morir en colectivos
de larga distancia. Una práctica que casi no tiene precedentes a nivel mundial,
específicamente cuando se trata de ómnibus de dos pisos. Una locura.
La
cuestión es que hoy Rono montó un práctico Embraer 190 y partió con proa al sur
uniendo Mendoza con Neuquén. Rono, un viajero que ya acumula alguna milla en
este tema, tipo vivo dirían en el barrio, reservó ventanilla del lado derecho
del avión. ¿Motivos? Ir pispeando la montaña, al mismo tiempo que uno revisa el
“mapa mental” uniendo pueblos, rutas, montañas y lagos.
Conclusión:
una experiencia tremendamente estimulante. El periplo arrancó con un despegue
hacia el norte y giro a la derecha (nariz del avión al este por unos cuantos
segundos), para luego divisar toda la ciudad de Mendoza desde el aire. La
primera imagen ya no sorprende a Rono: desde muy alto Rono es capaz de ver su
casa. No, Rono no vive ni en una mansión ni de ocupa en un estadio de fútbol.
Pasa que su casa está en un lugar sumamente distinguible desde el aire y
encontrarlo ya se transformó en una suerte de ritual.
Inmediatamente
cumplido el ritual, levantamos la vista y nos encontramos con la primera postal
del viaje. Una foto del Aconcagua que nunca deja de asombrar a Rono. Es
impresionante el respeto que inspira a la distancia. Siguen las postales, viene
la Refi, sitio donde Rono supo transpirar.
Siguiendo
hacia el Sur, las postales del Plata y el Tupungato, más frecuentes, no son
para pasar por alto tampoco. El Valle de Uco es otro visto desde arriba. Es una
suerte de llanura interminable, llena de colores. Con mucha más vida ahora que
la que supo tener antes de la explosión del Malbec.
Se
termina el valle y giramos hacia el sudeste, apuntando a San Rafael. Pasan
pocos minutos y ya se empiezan a ver los lagos artificiales, pero de un azul
irreproducible. Lo diáfano del cielo tiene todo que ver. Hay complicidad entre
la inmensidad del azul y lo cristalina del agua.
Y pasan
Agua del Toro, Reyunos, Valle Grande, Nihuiles. En el medio, otra gran postal.
El Cañon del Atuel. Desde la altura parece sentirse el ruido de la tierra
rajarse para formar esa maravilla. Será más lindo porque es tan corto? Quizás.
Más
atrás, uno de los tesoros mejor guardados de la Argentina, una especie de
segunda casa para mi querida hermana Ani: Payunia. Pocos lugares presentan un
paisaje tan surreal, tan de otro planeta como ese arreglo aleatorio de
volcanes, con los dos Payún (el Matrú y el Liso) bien claritos detrás de
Llancanelo, otro tesoro bien guardado.
La
mejor imagen es mirando hacia atrás, hacia el norte, con los volcanes bien
cerquita y la laguna al fondo. Priceless.
A los
pocos segundos ya aparece el Río Colorado. Este no tiene cañon, como en
Arizona, pero no deja de tener su encanto también. Ya bien
metidos en la provincia de Neuquén, aparecen los lagos grandes al fondo. Casi
todos artificiales, embalses típicos de la zona, pero igualmente
impresionantes: Barreales, Cerros Colorados, Chocón, todos.
Y es
hora de llegar. Neuquén desde arriba casi no cambia. Cipolletti tampoco. Cada
vez más una misma cosa, una sola franja de civilización. Igual de bajitas las
dos. Como peinadas por el viento.
Ya
estamos tan bajo que se distingue todo, pero ya no podemos ver nada lindo. Lo
que viene es lo de siempre. Un poco de pasto, una franja gris, con marcas
negras, el mismo ruido, el mismo alivio para muchos, el mismo desencanto para
Rono.
Rono en
tierra es otro. Uno más. Igual de aburrido, igual de común. Nada como estar en
el aire. Nada como el cielo. Gracias Austral. Nada como el encanto de una ruta
nueva.