martes, 22 de febrero de 2011

El Avión Parlante



Roma tiene un coliseo, Paris una torre, New York, de todo. Todas las grandes ciudades del mundo tienen un ícono, una imagen para miles de postales. Imágenes para recordar. Son las marcas registradas que hacen únicos a tantos lugares en el mundo.

Los que vivimos en Benegas, Carrodilla, La Puntilla o Chacras no tenemos nada de eso. O casi nada, porque siempre va a saltar uno y va a decir pelotudeces del calibre de “El Cortijo porque estuvo Brad Pitt” o “El Calvario porque…” o no sé qué más, pero la verdad es que es una zona medio marrón, con algún shopping con aires de primer mundo y no tanto más. Bueno, gente macanuda, como Rono y su banda de afectos, pero no tanto más.

“No tanto más” pensaba el otro día, mientras lavaba los platos mirando por la ventana como un avioncito despegaba desde el aeroclú, hasta que en ese momento entendí todo: los vecinos de estos pagos no necesitamos ni coliseos, ni torres, ni estatuas de la libertad. No necesitamos nada más porque tenemos un ícono que eclipsa todo lo antes nombrado. Tenemos al avión parlante.

Exacto. Ese mismo avioncito que despegó tímidamente mientras Rono lidiaba con una fuente con tuco pegado, ese mismo aparato encarna todo lo que este lugar del mundo es. El avión parlante, para los que no lo saben, es un artefacto apenas más moderno que el de la imagen que acompaña este post, al cual le ha sido adosado un precario sistema de audio. Dicho sistema se utiliza para torturar sistemáticamente a los vecinos de los barrios antes citados, principalmente los sábados a la mañana, con publicidades cuyos jingles han sido fuertemente influenciados por la ingesta de tintos a mansalva.

Carnes, tinglados, veterinarias, no hay rubro que se quede abajo del avión parlante. El avión parlante todo lo promociona. Sin censura. Sin descanso. Descanso que no le es permitido ni a los vecinos, como ya dije, ni a su piloto, un señor que seguramente reúne una de las siguientes dos características: sordera o demencia.

Así que ya saben, los que no son de Mendoza, ahora sí conocen la verdadera razón por la cual tanta gente visita esta pintoresca provincia. No son sus montañas, con picos nevados o sonoros manantiales de agua mineral. No son sus vinos. No es su gente. No son sus acequias. No es Mur. Es el avión parlante. Un tesoro. Nuestro tesoro mejor guardado.

Para terminar los dejo con una reflexión, inspirada por la fragancia a te verde y limón de mi detergente lavavajilla. Un aforismo que reza: “EL PLATO, CUANDO LIMPIO, LIMPIA A LA ESPONJA”.

jueves, 10 de febrero de 2011

El Mejor Viaje de Todos





Rono, como recordarán, es un bon vivant. El tipo disfruta de los encantos de la vida y encontró en Juli la compañera de aventuras ideal para gozar de los más mundanos placeres terrenales. Uno de esos placeres es, como bien saben, viajar.

Así que, para no perder la costumbre, esta semana, con Juli, hicimos valija y bolso y emprendimos una nueva excursión. Tan planificada como siempre. Bastante más ansiógena que otras muchas.

A diferencia de otras muchas, este viaje no involucró aeropuertos, aunque sí check-in. Tampoco fue un road-trip, aunque hubo que aprender a manejar (en la mayoría de los casos, con doble comando, como en los autos de las academias de conductor).

Cuestión que el lunes a la mañana, bien temprano, Juli y Rono emprendieron otro viaje. Promesa de sumar un tercer pasajero en el camino mediante, la travesía generó en otros – ajenos e íntimos – una expectativa inusitada, casi injustificada.

Hubo camillas, hubo agujas, hubo nervios, hubo de todo, hasta que finalmente, a las 11:14 del lunes 7 de febrero de 2011, Rono y Juli comenzaron el más maravilloso de todos los viajes posibles. El de la paternidad. Un viaje lleno de lágrimas sin sentido, de insomnio y, sobre todo de trascendencia y propósito.

Para Rono terminan, al mismo tiempo, dos viajes: uno breve y otro más extenso. El primero, tuvo que ver con la expectativa, la ansiedad, los miedos y la incertidumbre que rodean a un período de nueve meses donde uno intuye, pero no ve, escucha, pero no comprueba y confía, pero sabe de los infinitos problemas que podrían aparecer en el camino.

El viaje más extenso que termina es el de la eterna adolescencia. No terminan los recitales – si bien en 2010 no hubo ninguno, por primera vez desde 1990 – ni tampoco los gastos ridículos, pero seguramente todo tendrá otro tipo de evaluación. Habrá que sopesar, imaginar escenarios y combinar alternativas, ya que, según dicen, esto de ser papás, parece, es medio peludo.

Esta historia recién comienza y, según parece, lo mejor está aún por venir.