Existen infinitas maneras de definir a Rono. Freak. Nerd. Freak. Macanudo. Freak. Calentón. Freak. Nabo. Freak. Buena Onda. Freak. Sabelotodo. Freak. Freak. Otra más, a juzgar por andanzas recorridas en tiempos de pizza y champagne podría ser “animal de casamientos”. Pocos discutirían la metamorfosis que sufre su cuerpo, su humor y su predisposición y proactividad a la hora del armado de “eventos” cuando se trata de la boda de alguien que Rono quiere.
Lo que Rono nunca supo es que así como todo Superman tiene su kryptonita, todo Maradona tiene su Reyna y toda 125 tiene su Cobos, Rono tiene su némesis y la vino a conocer recién el domingo pasado. Se trata de los casamientos de visitante.
Rono asistió a una boda en condición de (cuasi) colado debido a que la invitada era Juli, quien, a su vez, sólo conocía a la novia. Situación un tanto extraña, pero fácil de explicar. La boda no era multitudinaria, más bien cálida e íntima, como un lubricante digamos, por lo que las chances de encontrar caras conocidas disminuyó considerablemente desde el vamos.
La boda comenzó, como sucede siempre en Buenos Aires, unos días antes con el “civil” (NdR: no se estila el civil en la fiesta, o no está permitido, o sale muy caro, o todo eso junto, no sé). Juli y Rono no fueron. Así que la boda, para ellos, empezó el mismo domingo, más bien tempranón, o mejor dicho, inconvenientemente temprano, en la Iglesia.
La Iglesia, en general, y la ceremonia, en particular, merecerían, para ser justos, un post aparte, pero como Rono viene compilando este tema de los posts por falta de muchas cosas, además de ganas, entonces vamos a dejarlo casi acá nomás.
Por lo que me voy a limitar a comentar brevemente que la Iglesia se encuentra en el punto donde confluyen los barrios de Boedo, Almagro, San Cristóbal y Balvanera. Es decir, si uno dice que la Iglesia está en uno de esos cuatro barrios, la pega. Arquitectónicamente es una joya de 1890, pero esa no es la característica que a Rono más absorto dejó. La Iglesia, para hacer honor a la verdad, debería llamarse “Santa María de la Conadep” porque si uno la visita parece uno de los tantos museos de la Memoria que adornan la ciudad y algunos barrios del GBA también.
A Rono no le parece ni bien ni mal. Bah, en realidad le parece bien, pero no viene al caso. Lo que sí viene al caso, es que a Rono lo sorprendió. Y eso que no es un tipo de sorprenderse así nomás. Lo sorprendieron los monumentos a personas en el jardín de la Iglesia y lo sorprendieron fotos de dimensiones impresionantes dentro de ella. Y Rono imaginó que si la Iglesia hubiera estado unas 25 ó 30 cuadras más al Sur, las fotos de Azucena Villaflor y otros desaparecidos, quizás y esto va por cuenta de Rono, podrían ser reemplazadas por las del Beto Márcico, el muñeco Madurga y algún peronista bien bostero. Lo que Rono sintió es que era como un Templo de una porción de esa historia argenta que nos hace tristemente célebres y no una Iglesia Católica (por suerte ó por desgracia, a discreción del lector).
La ceremonia también fue particular. No fue el típico cura macanudo, pero con agenda vaticana bajo el brazo. No, este era un macanudo en serio. A Juli le gustó más que a Rono, pero igual Rono le hubiera preparado un Campari, si hubiera tenido los elementos a mano. El tipo que meta guitarrita, que canciones, que chistes, que aplausos, que comentarios de la platea. Un agitador posta, pero lindo. Me gustó.
Bueno, terminó, mucho Amén y todo eso (creo que sonó una canción de Maná, pero como no las conozco, no me acuerdo) y chau. Al salón. Y acá empezó a esconderse el sol para Rono. Paradójicamente, el día estaba increíble. Y doblemente paradójico el hecho de que un domingo con ese sol tuvo una boda “indoor”, en cancha más rápida que la carpeta de República Checa.
Bueno, la enésima sorpresa para Rono fue el cronograma. Es decir, Rono, acostumbrado a bodas “en el Interior” (como dice la gente que vive en el “Exterior” de la Argentina, es decir, de la General Paz, para adentro ¿?), está habituado a comer canapés al principio, después comer comida, como hacen Alejo y Valentina, tomar, bailar valses y finalmente descontrolarse hasta volcar ó, como mínimo, pisar pianos, morder banquinas, ó trizar peceras. Ah, me olvidaba. El salón queda en Flores, lo cual estuvo buenísimo porque Rono hizo miniturismo, a expensas de ciertas bromas por parte de Juli, quien todavía no entiende que para Rono no es “normal” estar 40 minutos arriba de un taxi, dentro de una misma ciudad, para ir de un lugar a otro, que ni siquiera es de una punta a la otra.
El tema este de comer y chupar mucho al principio, después bailar vals, después sentarse a comer (sin que te dejen chupar), bailar cumbias, sentarse a comer (sin que te dejen chupar), bailar 80s, sentarse a comer (sin que te dejen chupar), bailar rock argento, sentarse a comer (sin que te dejen chupar), bailar lentos (grosso mal), sentarse a comer (sin que te dejen chupar), carnaval carioca y recién ahí te dejan chupar, pero al mismo tiempo te sirven flan casero y te quitan las ganas de chupar es francamente agotador. No sé qué piensan ustedes. Yo me canso hasta de escribirlo.
Sin embargo, más allá de la maratón gastronómica y la falta de tragos en vasitos de plástico, Rono estuvo afectado por una idea que lo perturbó aun más. La idea de que sin amigos no hay boda. “Sin piñata no hay posada” dice el Chavo y cuánta razón tiene. La ausencia de afectos (con la excepción del amor incondicional e infinito de Juli, por supuesto) tuvo en Rono un efecto devastador. Por unos instantes llegó a olvidar cómo era aquello que tanto disfrutaba. Pudo reírse, sí, porque animales de boda, esos personajes de ficción que llegan a nuestras vidas sólo en ese tipo de circunstancias, nunca faltan, pero no le fue tan fácil sonreír. Y por primera vez (y ojalá que por única) Rono pasó desapercibido en un casamiento. Por primera vez alguien tendrá que pegar un sticker que diga “marido de Juli” en una foto para recordar quién fue ese personaje que hostigó a los invitados con una camarita incomodadora y que no se sabía las letras de las canciones que todos querían escuchar.
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